11 de octubre de 2010

Con un órgano menos... retomo actividades de a poco...






Leyendo algo sobre el tema que vengo desarrollando en este trabajo práctico, encontré un artículo, del cual extraje algunos párrafos.

La metáfora del reloj fue esbozada a raíz de la II Reunión Nacional de Investigadores sobre Juventud (Ixtapan de la Sal, México, diciembre de 1998) y desarrollada en el Posgrado en Educación- Comunicación de la Fundación Universidad Central (Bogotá, marzo de 1999) por Margaret Mead.

El reloj de arena representa un modelo pre-moderno de transición a la vida adulta, basado en una concepción cíclica del tiempo, prevaleciente en las sociedades tradicionales y en las primeras fases de la industrialización.

La historia social de la construcción cultural de la biografía, es decir, de las formas mediante las cuales cada sociedad organiza el ciclo vital y las relaciones entre las generaciones, no se puede abordar utilizando el lenguaje académico habitual, pues remite a términos, concepciones y valores connotados semánticamente y profundamente cambiantes en el espacio y en el tiempo.

Por ello quizá sea más oportuno reflexionar sobre este proceso mediante el uso de metáforas, que nos invitan a mirar la realidad a partir de comparaciones e imágenes. Propongo tomar en consideración la metáfora del reloj, que nos servirá para interpretar los mecanismos utilizados en distintos lugares y momentos para medir el acceso a la vida adulta.

El reloj mide el tiempo cronológico, pero también puede simbolizar el tiempo biológico y, sobre todo, el tiempo social. En la medida en que las edades son estadios biográficos culturalmente construidos, que presuponen fronteras más o menos laxas y formas más o menos institucionalizadas de paso entre los diversos estadios, podemos considerar al reloj como un marcador social de estas fronteras y de estos pasos. Desde esta perspectiva, la evolución histórica del reloj puede servirnos para ilustrar la evolución histórica del ciclo vital.

En un ensayo clásico, Margaret Mead (1977) propuso una tipología sobre las formas culturales a partir de las modalidades de transmisión generacional: las culturas postfigurativas, correspondientes a las sociedades primitivas y a pequeños reductos religiosos o ideológicos, serían aquellas en las que “los niños aprenden primordialmente de sus mayores”, siendo el tiempo repetitivo y el cambio social lento; las culturas cofigurativas, correspondientes a las grandes civilizaciones estatales, serían aquellas en las que “tanto los niños como los adultos aprenden de sus coetáneos”, siendo el tiempo más abierto y el cambio social acelerado; y las culturas prefigurativas, que según Mead estaban emergiendo en los años sesenta de este siglo, serían aquellas en las que “los adultos también aprenden de los niños” y “los jóvenes asumen una nueva autoridad mediante su captación prefigurativa del futuro aún desconocido. Desde esta perspectiva, en las culturas postfigurativas, como en el reloj de arena, prevaldría una visión circular del ciclo vital, según la cual cada generación reproduciría los contenidos culturales de la anterior

Mientras el espacio se globaliza y des-localiza de forma paralela, el tiempo se eterniza y se hace más efímero de forma sucesiva. Vivimos en el tiempo de los microrrelatos, de las microculturas y de los microsegundos. Pocas imágenes pueden representar mejor la fugacidad del presente que la noción de “tiempo real” con la que los noticiarios televisivos o cibernéticos nos comunican que un suceso, una transacción económica, un chat o un record deportivo están sucediendo. Pero al mismo tiempo, esta extrema fragmentación de los tiempos de trabajo y de los tiempos de ocio prefiguran la posibilidad del tiempo virtual.

MEAD, M. (1970). Cultura y compromiso.El mensaje a la nueva generación, Barcelona, Granica, 1977.

http://www.ucentral.edu.co


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